6 de junio de 2011

Atardecer

Abrí mis cansados ojos y ver únicamente la estrella diurna ocultándose detrás de aquel viejo cerezo cargado de numerosos frutos rojo pasión de sabor intenso y delicioso.

Mi piel siente el frío de la tarde, ya que la recorre una suave pero fresca brisa veraniega. Percibo un peculiar sonido propio de zonas tranquilas y relajantes; son los diversos pájaros que tocan su melodía dirigidos por un director, el viento, que hace mover con ímpetu las frágiles ramas de los árboles emitiendo un tono de naturaleza. De repente siento que algo suave se acerca, se arrima y acaricio mi cuello. Parece un pompón, es suave como el terciopelo y pomposo como una gran bola de algodón. Es algo agradable, pero produce unas cosquillas que te hace sonreír y es inevitable girar y observar de qué se trataba de unos ojos color miel. Me miraban fijamente, como si hubiesen permanecido conmigo todo este tiempo. Aquella mirada de sumisión me aportaba seguridad  y tranquilidad. Nunca olvidaré este hermoso despertar en medio de la nada pero protegida por todo.

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